Capítulo 1: El Bosque de las Sombras

 La última luz del sol se desvaneció, dejando el mundo sumido en una penumbra profunda. El viento agitaba las hojas secas, susurrando secretos que Elian no estaba seguro de querer escuchar. Frente a él, el Bosque de las Sombras se alzaba en todo su esplendor oscuro y desolado. La entrada parecía una boca abierta, esperando tragarlo, desafiarlo a entrar, a enfrentarse a lo que había estado buscando durante años.


Tres años. Tres años desde que Isabel, su madre, desapareció sin dejar rastro. La policía no encontró nada. El pueblo murmuraba que se había ido, que había huido por alguna razón desconocida. Pero él no creía eso. Isabel no se iría. No sin decirle adiós, no sin dejarle alguna pista.


Sabía que todo estaba relacionado con ese maldito bosque.


Desde niño, su madre le había hablado de él: un lugar antiguo, plagado de historias olvidadas, de secretos que desbordaban las fronteras de lo lógico. Pero nunca le dijo más. “No vayas allí, Elian,” le había dicho tantas veces, con la mirada fija, casi como si el bosque mismo pudiera leerle la mente. “Si alguna vez lo haces, asegúrate de no perderte… o peor, ser encontrado.”


¿Por qué? Elian nunca entendió por qué su madre parecía tan aterrada del bosque, y sin embargo, nunca dejó de volver allí. ¿Qué encontró? ¿Qué la atrajo? Las respuestas lo llamaban con una fuerza casi sobrenatural.


Ahora, tres años después, con la sombra de su madre persiguiéndolo como un eco lejano, Elian estaba aquí, frente a la entrada que marcaba el umbral de lo desconocido. Una oscura fascinación lo empujaba a cruzar ese umbral, a entender lo que había sucedido aquella noche, lo que Isabel había dejado atrás.


En su pecho, el corazón latía con la furia de un torrente. Cada paso que daba hacia el bosque parecía amplificar su miedo y su determinación. La realidad comenzaba a desdibujarse, las líneas entre lo posible y lo imposible se desvanecían. Sabía que no volvería a ser el mismo.


Un crujido resonó a su derecha. ¿Un animal? Elian contuvo el aliento, pero no había sonido que lo tranquilizara. El viento susurraba palabras que no entendía, como si las mismas sombras del bosque estuvieran observándolo, esperando.


La primera ráfaga de aire frío recorrió su cuerpo, haciendo que un escalofrío le subiera por la espina dorsal. En la oscuridad, algo se movía. No podía verlo, pero lo sentía. Su cuerpo se tensó, cada fibra de su ser lo instaba a girar y correr, pero sus pies permanecieron pegados al suelo. Había algo más, algo que no podía ignorar, algo que ya estaba demasiado cerca.


Recordó las palabras de su madre, las cartas que le había dejado antes de desaparecer. “Si alguna vez decides buscarme, recuerda esto: El Bosque de las Sombras no da respuestas, Elian. El bosque te las quita.”


¿Por qué nunca le dijo más? ¿Qué había sucedido con ella? ¿Qué había encontrado en ese maldito lugar?


Con el miedo en cada paso, Elian avanzó. La oscuridad lo rodeaba como una manta pesada, absorbiendo la poca luz que quedaba. Las sombras parecían alargarse, casi como si quisieran tocarlo, abrazarlo. El bosque lo estaba esperando.


Un estrépito, una figura en movimiento entre los árboles. ¿Alguien más?


Elian apretó los dientes. Las sombras parecían ceder, revelar un sendero estrecho y tortuoso, como si el mismo bosque lo estuviera invitando a adentrarse más. El mismo sendero que su madre había seguido.


El viento se detuvo por un momento, dejando el aire denso, impenetrable. Entonces, un susurro: “No todo lo que está perdido ha sido olvidado.”


Las palabras resonaron en su mente, como un eco lejano, y con ellas, la decisión. Ya no podía dar marcha atrás. Iba a encontrar la verdad, aunque tuviera que enfrentarse a los mismos demonios que su madre encontró antes que él.


En su bolsillo, las cartas de Isabel crujieron, recordándole que la historia de su madre no había terminado. La historia de Elian apenas comenzaba.


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