Capítulo 2: El Sendero Olvidado

Elian avanzó con pasos cautelosos, sintiendo cómo la espesura del bosque lo envolvía con cada metro que recorría. Las sombras parecían moverse en los bordes de su visión, como si algo —o alguien— lo estuviera observando desde la penumbra.


El sendero ante él no era más que un rastro angosto de tierra húmeda y raíces retorcidas, como si el bosque mismo intentara ocultarlo. Y sin embargo, allí estaba, esperando ser recorrido.


El mismo sendero por el que su madre había caminado antes de desaparecer.


El aire estaba cargado con un olor terroso, denso, casi asfixiante. De vez en cuando, un susurro lejano rompía el silencio, aunque Elian no podía distinguir si venía del viento o de algo más.


Sacó del bolsillo una de las cartas que su madre le había dejado. Sus manos temblaban un poco al abrirla, pero forzó sus ojos a leer las palabras una vez más:


“Si alguna vez decides buscarme, sigue el sendero más estrecho. No el más fácil. Si el bosque te habla, no respondas. Si ves las luces, no las sigas.”


Las luces.


Elian no entendía qué significaban esas palabras, pero el hecho de que su madre sintiera la necesidad de advertirle le ponía los pelos de punta.


Justo cuando guardaba la carta, una luz titiló entre los árboles a su izquierda.


Su corazón se detuvo por un segundo. Era un resplandor tenue, flotante, casi como una luciérnaga… pero más grande, más extraña.


Elian tragó saliva. No las sigas.


“Es solo mi imaginación,” se dijo a sí mismo, desviando la vista y concentrándose en el sendero. Pero la luz se movió, acercándose lentamente, como si quisiera llamar su atención.


Elian aceleró el paso. No las sigas. No las sigas.


Las sombras del bosque se hicieron más densas a su alrededor. Las ramas se mecían, crujían, como si algo invisible se deslizara entre ellas.


De repente, el sonido de un susurro a su derecha lo hizo detenerse en seco.


No era el viento.


Era una voz.


Una voz femenina, suave, quebrada.


“Elian…”


El mundo pareció cerrarse alrededor de él. Su respiración se volvió pesada.


Su madre.


Era su madre.


Elian sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Todo su cuerpo le gritaba que corriera, que no mirara atrás. Pero la voz… la voz era demasiado real.


¿Cómo era posible?


Dio un paso hacia la derecha, hacia el sonido.


Y entonces, vio la silueta.


Apenas distinguible entre la niebla que empezaba a formarse entre los árboles, había una figura alta, inmóvil. Parecía un reflejo borroso de una persona, como si la luz no pudiera tocarla del todo.


Elian sintió el corazón en la garganta.


No podía moverse.


La figura tampoco.


Y entonces, alzó una mano hacia él.


Elian contuvo la respiración.


Pero cuando el viento sopló con más fuerza, y la niebla se disipó por un segundo… la figura ya no estaba allí.


Elian dio un paso atrás, sintiendo cómo su cuerpo finalmente reaccionaba. Su instinto le gritó que se fuera de allí.


Corrió.


Corrió sin mirar atrás, sin detenerse, sin dejar que el miedo lo paralizara. Hasta que vio algo más adelante que lo obligó a frenar en seco.


Era una puerta.


Una puerta de madera vieja, en medio del bosque.


No había paredes. No había una casa. Solo una puerta, sola y abandonada en la nada.


Y sobre ella, grabadas en la madera con lo que parecían ser garras, dos palabras que le helaron la sangre:


“BIENVENIDO, ELIAN.”


Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 1: El Bosque de las Sombras

Capítulo 3: La Puerta