Capítulo 5: La Voz en la Oscuridad I
Elian sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando los pasos en la escalera se precipitaron hacia él.
Sin pensarlo, giró sobre sus talones y corrió.
El aire denso de la casa parecía cerrarse a su alrededor, como si intentara atraparlo. El suelo crujía con cada paso, el eco de sus pisadas mezclándose con los golpes cada vez más rápidos en la escalera.
Alguien—o algo—estaba bajando.
Llegó a la puerta y tiró del picaporte con todas sus fuerzas.
No se movió.
Elian forcejeó desesperado, pero la madera ni siquiera se sacudió. Estaba cerrada.
Los pasos se acercaban.
Giró la cabeza, el corazón latiéndole en la garganta.
En lo alto de la escalera, la oscuridad era tan espesa que parecía líquida. Algo estaba allí, mirándolo.
No podía verlo con claridad, pero lo sentía.
Y entonces habló.
—No debiste venir.
La voz era un susurro áspero, deformado.
Elian sintió que el frío le calaba hasta los huesos.
Se pegó contra la puerta, sin dejar de mirar hacia arriba.
La sombra en la escalera se movió.
Bajó un escalón.
Luego otro.
Elian tembló. No tenía salida.
Miró alrededor, desesperado.
Las huellas en el polvo.
Venían desde el pasillo. Desde una puerta entreabierta a su derecha.
Sin dudarlo, se lanzó hacia ella y la empujó con fuerza.
La puerta cedió y se precipitó dentro.
Cayó sobre un suelo de madera chirriante y, en un solo movimiento, se giró y empujó la puerta para cerrarla.
El golpe resonó en la casa.
Elian contuvo la respiración.
Silencio.
Su pecho subía y bajaba con rapidez. ¿Lo había seguido?
Pegó el oído a la madera, su cuerpo entero tenso.
Nada.
Solo el sonido de su propia respiración.
Esperó. Un segundo. Dos. Tres.
Elian exhaló, tratando de calmarse. Fuera lo que fuera esa cosa, no había entrado.
Encendió su linterna.
Se encontraba en una habitación pequeña, un estudio cubierto de libros antiguos y papeles dispersos. El polvo cubría todo, pero algo estaba mal.
Había marcas recientes en el suelo.
Como si alguien hubiera estado moviéndose allí hace poco.
Frunció el ceño. Se acercó a un escritorio y vio algo que le heló la sangre.
Un papel, viejo y arrugado, con una única frase escrita con tinta oscura:
“Si llegaste hasta aquí, significa que ella también te habló.”
Elian sintió un escalofrío.
—¿Ella…? —susurró sin darse cuenta.
Y entonces, detrás de él…
Una respiración.
Elian se giró de golpe.
No había nadie.
Pero en la oscuridad del estudio, algo se movió.
Un susurro rozó su oído.
—Corre.
Y esta vez, la puerta detrás de él se abrió sola.
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