Capítulo 9: El Último Umbral

 Elian corrió con todas sus fuerzas. Sus pasos resonaban en el pasadizo estrecho, y la voz de su “madre” se distorsionaba detrás de él.


—¡Hijo, no me dejes! —gritaba, pero cada palabra se rompía en el aire, como si fuera dicha por algo que apenas comprendía el lenguaje humano.


Las paredes se estrechaban. El techo parecía inclinarse sobre él. Su respiración era rápida, descontrolada. Sabía que no podía detenerse.


Entonces, el suelo tembló y el pasadizo terminó de golpe.


Elian se encontró en un claro bañado por una luz pálida. Un círculo de piedras rodeaba una gran puerta de piedra, cubierta de inscripciones que no comprendía. Era antigua, rota en algunos bordes, pero parecía… viva.


Y no estaba solo.


Al otro lado del claro, un niño lo observaba.


Era idéntico a él, pero más joven. Unos ocho años, tal vez. Sus ojos estaban llenos de miedo y comprensión al mismo tiempo.


—No debes cruzar —susurró el niño.


Elian sintió un escalofrío.


—¿Quién eres?


El niño inclinó la cabeza, como si la pregunta le causara tristeza.


—Yo fui Elian antes que vos.


La garganta de Elian se secó.


—¿Antes?


—Este bosque no es lo que crees —dijo el niño—. No es un lugar. Es un ciclo. Cada vez que alguien entra, el bosque lo consume. Nos convierte en parte de su juego.


Elian miró la puerta.


—Si cruzo…


—Tal vez salgas. Tal vez no —dijo el niño—. Solo el bosque decide.


El suelo detrás de Elian se estremeció. Sintió un aliento gélido en su nuca. La sombra de su “madre” emergía del pasadizo, retorcida, con los ojos brillando en una luz enferma.


No había tiempo para pensar.


Corrió hacia la puerta de piedra y, sin dudar, la cruzó.


El mundo se oscureció.


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